jueves, 19 de junio de 2008

Sobre la mayúscula en la palabra cristo

La Rae nos dice: “la palabra cristo se escribe con mayúscula porque cristo fue uno solo, por lo tanto cumple con la regla gramatical de que a las cosas únicas se les pone con mayúsculas”. Pero esa afirmación es cuestionable. Porque cristos hubo y habrá muchos. La literatura más aceptada prefiere la palabra “iluminados” o “enviados” o “personajes de voluntad mesiánica” para referirse a aquellos otros cristos, los apócrifos, para utilizar una palabra que se ha hecho popular en el último tiempo, gracias a un libro mediocre con su respectiva película ídem, pero que han tenido (ambos) la virtud de poner el tema en la agenda del ciudadano corriente. Recurriendo al dato duro, no se debe olvidar que en la época del cristo existió la más completa gama de religiones extrañas compitiendo en recetas y fórmulas para alcanzar la “salvación del alma”. Es más, esas recetas siempre han existido, desde otros ámbitos, principalmente desde la “filosofía”, utilizando una palabra genérica dado que no hay nada mejor para referirse a pitagóricos, órficos y otros grupetes. Pero la época de cristo era especialmente pródiga en recetas religiosas. Por ejemplo la secta de los fanaticci, iluminados frigios que llegaron a la capital del imperio (Roma) haciendo los malabares mas diversos, dando saltos, cayendo en éxtasis, etc. Otro ejemplo perdurable es el mitraismo, secta de origen persa en la que se adoraba a Mitra, deidad secundaria en la religión de Zaratustra, y cuya historia recuerda en muchos aspectos la historia del nacimiento de cristo: nace “sin pecado” y es visitado por reyes magos. Otro caso es la secta de los Gnósticos, cuya idea era alcanzar un conocimiento universal acerca de las cosas practicando diversas formas de ascetismo. Se calificaba de Gnósticos a grupos con corrientes de pensamiento muy diverso, sin una estructura común. Según entiendo (no estoy al tanto de investigaciones en esa área) los Esenios eran uno de estos grupos “gnósticos”. Por último, una secta que aún sobrevive en forma larvada (y disimulada) en algunos sectores del norte de la India: El maniqueismo.

Pues bien, cada uno de estos grupos poseía un “enviado”, un ser mítico (a veces con existencia histórica), cuya directa conexión con dios permitía una salvación total del creyente. Uno puede teorizar hasta qué punto existen elementos fascistas en esta actitud y una teorización como esa con seguridad daría conclusiones interesantes.

Por supuesto los creyentes podrían hacer la observación lógica: “si, pero de todas esas religiones que nombras no sobrevivió ninguna. La de cristo, entonces debe ser la correcta”. Creo que esa observación no es correcta en absoluto. Hay que recordar que la sobrevivencia siempre está asociada a motivos darwinianos (o neodarwinianos si se quiere ser exacto): una selección natural de las corrientes de pensamiento. Lo cual es una explicación para mi gusto correcta del fenómeno. Pero no se debe olvidar algo peor aun para la “observación lógica”: la de cristo no es la única que sobrevivió. Tenemos por un lado al Budismo y al islamismo, más una infinidad de recetas de salavación algunas de las cuales han sido absorbidas por el propio cristianismo, por ejemplo la religiosidad popular haitiana o del norte del Chile.

El Budismo, por su parte, es una religión que se planteó en términos ateos en su origen. Pero con el tiempo se volvió mesiánica: Buda fue enviado por los dioses para salvar al hombre de la infelicidad. El islamismo, por su parte, fue mesiánica desde su origen: el mismo Mahoma se planteaba a si mismo como el único representante de Alá, un enviado que venía para predicar al mundo entero. Vale la pena añadir que ambas religiones poseen muchísimos más creyentes que el cristianismo.

Resumiendo: esto nos lleva al principio del artículo. En un acto de honestidad la real academia debiese permitir la escritura de la palabra cristo como si fuese un sustantivo corriente.

lunes, 9 de junio de 2008

Kafka y la angustia por el infinito

La obra Kafkiana, que tan amplia nos parece en algunos sentidos, es atravesada, como todas las obras de los grandes creadores, por símbolos que hemos de calificar, en palabras de Sábato, como “obsesiones” repetitivas y constantes. La cultura tiene que ver con objetos sociales y con relaciones entre ellos. Los objetos sociales son la obsesión del escritor y sus relaciones son los relatos que hace. Por ello, la cultura se ve muy beneficiada cuando un escritor ha encontrado su obsesión. Pero el beneficio del que hablo sólo se vuelve útil cuando el escritor informa a la sociedad de su hallazgo. Cuando no es así, la cultura que ha encontrado el escritor muere con él. El tipo ha perdido el tiempo. Perseguir una obsesión es una cosa grave: no es un pasatiempo; es, en realidad, un acto de compromiso con los demás seres humanos. La aparición de cultura alternativa, o la indagación de la propia, ayuda a la sobrevivencia de los pueblos. Y la sobrevivencia de un pueblo no es una tonterita más. Es indispensable que el oficio de escritor continúe adelante. Hay muchas obsesiones de esta clase en Kafka, por ejemplo La Ley, el Poder o el Padre. Existe mucha bibliografía que trata el tema y, sin duda, la mejor bibliografía para comprenderlos es la obra misma de Kafka.

Hay una obsesión, sin embargo, de la cual aún no he encontrado reseña. Me refiero al infinito y la angustia ante el infinito. Lo interesante del caso es que Kafka se maneja en una versión bastante matemática del infinito. Yo diría que si se quiere comprender el concepto en su desesperante magnitud, lo mejor es recurrir al narrador checo y no a los libros de cálculo infinitesimal. No olvidemos que uno de los creadores del concepto moderno de infinito (Georg Cantor) se suicidó. Veamos la definición.

Se dice que un conjunto es infinito si al posicionarse en un punto cualquiera del conjunto, resulta que la pregunta “¿hay algo más grande que ese punto?” tiene respuesta afirmativa siempre. Existen muchos de estos conjuntos: los números enteros, los números reales y tal vez el universo mismo. En la obra kafkiana también existen esta clase de conjuntos: la torre de babel, la muralla china, el imperio, la ley, el tiempo del ayunador. La muralla china, evidentemente, no es infinita, rodear un imperio puede ser una tarea ardua pero no estrictamente imposible. Pero la narrativa de Kafka nos hace creer que es así. La manera en que los obreros trabajan años tras año, con estrategias de ensayo y error, a veces absurdas e inútiles nos convence que la terminación de la obra es imposible. O el hombre que está ante la puerta de la ley y se le dice que nada saca con luchar porque la cantidad de guardianes es enorme y cuando se dice enorme el hombre comprende que se refiere a infinita. O el ayunador que quiere ayunar para siempre y su propio cuerpo se transforma en límite, puesto que se morirá antes de alcanzar su sueño.

Se dice que el padre de Kafka, un día, para castigarlo, lo dejó afuera de la casa, toda una noche de frío y nieve. Eso nos hace pensar en otra de las constantes en su obra: la condena. Muchas veces estas condenas no tienen fin. Lo interesante es que los proyectos infinitos que “deben” construir sus personajes pueden ser interpretados como una condena cuando vemos que se trata de trabajos infinitos. Su infinidad genera la angustia y luego genera una condena. Esto es la repetición hasta la saciedad, de maneras muy sutiles, del viejo mito de Sísifo, aquel pobre griego que debía cargar una piedra y cuando llegaba a la cumbre esta piedra caía al despeñadero. Como diría Camus, el mito de Sísifo nos conecta con el absurdo. El infinito es una condena porque en la mente del castigado sobreviene la angustia y el sentimiento de que los acontecimientos son absurdos. ¿Quién es el castigado? Al parecer no los personajes, porque ellos se mantienen en la inocencia, como Sísifo, que volverá a cargar su piedra como si hubiera olvidado por completo que la piedra se le cayó hace apenas un minuto. Los constructores de la muralla siguen con tesón su tarea, el ayunador seguirá sin comer, etc. Pero al lector le pasa lo desagradable. Es como si Kafka estuviera usando un extraño método para sacarnos en cara sus miserias: literatura. La metáfora de Sísifo cruza la obra de Kafka, aplicada o “aterrizada” a diversas situaciones, muy abstractas por cierto. Nuevas situaciones para el viejo mito. Uno se pregunta, ¿es posible seguir buscando más aplicaciones de la metáfora? ¿Es esa una senda todavía por recorrer? Los autores se repiten, toda escritura es una reescritura. Sin duda que abundan los chilenos angustiados ante el infinito. Sin duda que hay escritores que asustan a sus lectores con el infinito. Aunque no sean ellos los más talentosos para hacerlo; son mucho mejores las financieras, la justicia, el poder, los medios, el conocimiento, la violencia, el dolor. Los mismos culpables de siempre. Al escritor no le queda más remedio que retratar la sociedad en que vivimos, otra vez como siempre.

Bibliografía:
En castigo léase los siguientes cuentos de Kafka
[1] Ante la Ley
[2] La construcción de la muralla china.
[3] Un mensaje imperial
[4] El artista del hambre