jueves, 26 de marzo de 2009

Algunas ideas de Paolo Virno

Acabo de leer un artículo acerca de las ideas de Paolo Virno, filósofo italiano que se hace preguntas interesantes acerca del lenguaje y como éste nos afecta en nuestra forma de ser como humanos. Y él plantea que la existencia de lenguaje les ha dado a los humanos dos cosas que los demás seres no tienen. Una es la posibilidad de negar, otra es la posibilidad de la posibilidad. Al negar, dice, Virno se niega la humanidad de otros. Se “puede” indicar “tu no eres humano”. Claro, al hacer una afirmación como esta se está preparado para la matanza de los humanos negados, los no-humanos. Hitler pensó eso de los judíos, los españoles pensaron eso de los indios y los gringos pensaron eso de los apaches y los mexicanos. A los negros también les ha caído en suerte el ser considerados “no humanos” y por eso se ha hecho justificable su esclavitud. Parece ser que la no humanidad “por default” que se le endilga a ciertos individuos produce el curioso efecto de matar la compasión. Es lo que le pasa a los hindúes: para ellos no existen los parias. Pero me gustaría hacer un agregado en el análisis. Evidentemente el planteamiento de Virno es humanista, pero el humanismo es una forma de egoísmo en que al hombre se le pone al centro y se le vuelve “la medida de todas las cosas”. No debemos olvidar, sin embargo, que hay otros seres en este planeta. Y en nombre de la negación de la vida (se ha dicho que los lobos son una plaga, una alimaña, etc) pero jamás una vida que merece existencia, se les ha matado, torturado, exterminado o todo lo anterior junto. Se ha eliminado la compasión por lo vivo. La “posibilidad de negar” nos lleva a la “posibilidad de eliminar la compasión”. Aquí se hallan los dos elementos innovadores que la lengua ha traído al humano.

Otros de los tópicos que aborda Virno es el del éxodo. A mi me parece una idea muy notable: se propone el éxodo como una alternativa a la revolución. Someterse o rebelarse fue la dialéctica marxista. Virno propone una auténtica tercera vía: la huida. Y esa es una idea muy primitiva, pero insuficientemente recorrida en los tiempos modernos, al menos en términos teóricos. Pues bueno, ya se recorrerá. Los refugiados políticos, en las márgenes de Irak o Palestina, en las infinitas “tierras de nadie”, pues ellos son unos adelantados en la técnica. No están teorizando, pero lo están viviendo día a día.

jueves, 19 de marzo de 2009

La nostalgia por los 80

Se ha instalado la nostalgia por los 80 en algunos sujetos. Esa nostalgia pudiese ser útil. Tiene los clásicos beneficios de retornar a determinados periodos (de la vida o de la historia); uno de esos beneficios es la comprensión más cabal de lo que se fue. Es una especie de terapia “sociológica” si es que cabe imaginar tal concepto. Ya saben, Fromm lo imaginaba.

En principio puede haber dos posturas y esas posturas conducen también a una cierta postura política. Por un lado, el de los nostálgicos RN que ven esa época como si hubiera sido la mejor época de sus vidas. Un medio que los aglutina es la radio Universo, esa que habla de “más ochentas que en los ochentas”. Y en eso tienen razón, porque muchos ochenteros han escuchado más música ahora que antes. Dicen “las canciones de cuando era cabro”, pero lo más seguro es que no supieran diferenciar SimpleMind de Simplyred. Ni Van Halen de Van Morrison y a este último puede que lo confundieran con Jim Morrison. Así pues, el ochentero promedio radica su nostalgia en que, de alguna manera, sus ochentas fueron sin demasiada zozobra.

Pero dudo mucho que alguien que haya vivido la verdadera cotidianeidad de los ochentas, y que tenga conciencia de eso, de la pobreza “extrema”, de los cortes de agua, de las protestas en las noches, de las balas que se veían pasar por las ventanas, de los tipos golpeados por los pacos, de los deudores habitacionales, de la escasez constante y el consumo precario de algunos alimentos básicos como leche o carne, de la violencia que daba a diario en los hogares. Pues bien, ellos no serán capaces de nostalgia alguna.

Ahora bien, hay una última nostalgia por los ochentas: la de los que vivieron la trinchera de la “lucha”. Ellos tienen una fuerte nostalgia por los ochentas, una nostalgia que recuerda el periodo como si se tratara de una época heroica. Para ellos los noventas fueron una lata. Ellos tratan de “crear las condiciones históricas” para la lucha épica de los ochentas. Una pendejería y un gusto por la adrenalina: serían felices si vuelve la dictadura.

martes, 10 de marzo de 2009

El materialismo

El materialismo no sé que cosa será. Es una palabra bastante utilizada. Incluso yo he recurrido a ella, a pesar que no la tengo del todo clara. La verdad es que considero que para tener una visión cabal del asunto debiera hacerse uso de Marx y secuaces. No niego que no los he leído nunca muy en serio. Casi a puros divulgadores (como Lucaks o Fromm) y uno que otro párrafo selecto.

Sin embargo los que usan la palabra materialismo están en las mismas. Y la usan con abuso. El tema es que la usan en un sentido más restringido. Se dice “putas que eris bien materialista”, cuando el tipo está pensando en plata o dinero. Es decir un materialista será una especie de insaciable coleccionista que se siente feliz cuando tiene una moneda más. Los hombres son astutos. Los que poseen esta afición utilizan todos los recursos que tienen a mano: capacidad de disuasión o negociación, violencia, inteligencia, etc. Llegan a poseer grandes sumas.

Respecto de lo anterior, hay dos puntos en los que me quiero detener. Uno es acerca de “la colección”. Creo que es una palabra importante; la avaricia es una forma de coleccionismo, pues el que junta dinero utiliza los mismos circuitos mentales que el que junta estampillas o millas. La idea es juntar, y la felicidad es grande cuando se tiene un elemento más. En el fondo casi todos somos coleccionistas. La sociedad de consumo impone que consumamos con regularidad, un consumo que va más allá de las necesidades básicas o, siendo más preciso, ya se han vuelto básicas para la sociedad en que se mueve el individuo. Podemos coleccionar artículos electrónicos y así pasamos a engrosar el mercado de los consumidores de electrónica, siempre al tanto de nuevas variedades, etc. Hay algunos más obsesivos y afanosos en esta tarea, pero todos, cual más cual menos, coleccionan. Es una actividad corriente en nuestra sociedad.

El segundo punto tiene que ver con los efectos de nuestras acciones. Coleccionar asesinatos no es lo mismo que coleccionar estampillas. Algunas colecciones producen daño en los demás. No se puede olvidar sin embargo, una de las más importantes: Coleccionar empresas. Se está coleccionando una entidad abstracta, pero detrás de ella hay otros humanos involucrados. Ocurre que a veces esos humanos sufren. En todas las épocas, incluyendo la actual. Y ese sufrimiento debe atravesar una barrera infranqueable para que llegue a oídos del coleccionista de empresas. Pues éste solo está rodeado de gente que ayuda en sus objetivos. Quizá en la sucursal estación central de una de las farmacias que componen las inversiones en salud de uno de sus holding se encuentra un hombre de edad mediana que colecciona amores y se halla en trámites con una vendedora y de pronto se entera de la fusión de la cadena de farmacias con otra cadena que se acaban de comprar “los dueños” lo que generará el despido masivo y el daño a uno de sus amores.

El daño que comento no necesariamente tiene que ver con personas de manera directa; también ocurre de una manera más tenue y solapada. Suele suceder que en este afán de empresarios se generen negocios que la sociedad no necesita. Allí uno de los ayudantes del coleccionista dice: “don Máximo, no hay mercado”. O puede que no lo diga, porque antes de decirlo ya habrá elaborado y aplicado la solución: crear el mercado, mediante las estrategias de marketing. Esto significa, en la práctica, que se debe convencer, a la mayor cantidad de gente posible, que necesita determinado producto. Por ejemplo determinado tipo de pantalón o cierto juguete. El problema surge cuando se hacen conteos de respecto de la energía utilizada. Tanta para fabricar el producto, tanta para la campaña de marketing, tanta para la gestión. Cuando ya lo ha comprado, el consumidor se da cuenta que no necesitaba el artículo como creyó al principio y lo termina abandonando en algún recóndito lugar. Y de ahí a la basura. Sospecho que la cantidad de energía que se ha despilfarrado en estas tautologías alcanzaría para resolver todo el problema energético actual, alimentación, etc. Entonces ¿economía centralizada? ¿O libre con leyes restrictivas?. Aquí aparecen los doctores de Harvard o Chicago con sus recetas de siempre. Excepto en las crisis (como la que estamos viviendo): todos los doctores de Chicago ahora desprecian al libre mercado. Todos andan echando una miradita a los manuales marxistas.

martes, 3 de marzo de 2009

El inicio de la Edad Media

Cuando Roma estaba a punto de irse a la misma mierda surgió, quien sabe de donde, de las entrañas de la tierra seguramente, una fuerza histórica que vendría a reemplazarlo todo. Una extraña mezcla de tradiciones provenientes de todas las culturas de la época, de religiones notables, complejas y antiguas. La violencia estaba también por doquier, la guerra y la invasión, tenida como una manera honesta de ganarse la vida. No se puede negar que los bárbaros fueron, después de todo, unos piratas cuyo interés no era místico. El objetivo era llegar a tener el mayor número posible de aldeas que saquear.

Los bárbaros de los tiempos romanos querían tierra y querían tranquilidad. Presionaron intensamente para que el imperio, al cual juzgaban inexpugnable, les diera protección. A cambio ellos colaborarían en la protección del imperio, en alguna media. No poseían los siglos de estrategia ni el armamento sofisticado de los romanos. Se tenían a sí mismos, tenían la “fuerza” para seguir adelante.

Los romanos permitieron esta intromisión, por displicencia y porque no les quedaban demasiadas opciones. La incorporación de los bárbaros al ejército establecido implicó presiones por oro. El oro fue entregado o prometido por los emperadores romanos. Cuando no se cumplieron las promesas se alzaron los regimientos contra el poder central. Es curioso: estando fuera los bárbaros tenían miedo. Estando dentro del imperio (y del sistema) el temor supersticioso desapareció y se instaló algo mucho más duradero: la ambición. La ambición fue como una bola de nieve. Creciendo cada vez más hasta alcanzar niveles tan exorbitantes como desear tener el imperio mismo. Todo el poder para sí. Mientras otros bárbaros seguían presionando las fronteras, gente venida de regiones aun más lejanas y frías, precedidos por las ratas y la peste. Hablamos de los hunos. Los hunos atacaron constantemente al imperio y este se defendió como pudo. Aecio los mantuvo a raya mediante engaño, dinero y algunas victorias militares. Pero no fue suficiente. La caída fue inminente. Los ostrogodos, que hacía un siglo se habían instalado en lombardía, instalaron a su rey en el poder.