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jueves, 3 de mayo de 2012

La torre de babel

En múltiples oportunidades se dice que construir más es bueno porque eso da trabajo a la gente. Uno debería agregar “y además da dinero al empresario rubro construcción”. Al margen de eso, hay ciertas construcciones que pueden ser nocivas o derechamente idiotas. Puedo citar la última gran obra de la ingeniería nacional: el bullado Costanera Center. Para todos es la culmine del emprendimiento chileno. Es la torre más alta de Chile, y también de Sudamérica, superando inclusive construcciones monumentales existentes en Brasil. Cuando empecé a informarme más detalladamente el proyecto, casi me voy de espalda: en la base hay un mall. Yo me pregunto, a esta altura, en que la ciudad está saturada de esos engendros ¿está preparada la ciudad para soportar otro mall? ¿están preparados los bolsillos chilenos para más compras de estupideces? ¿es éticamente responsable auspiciar una construcción así, "el mall más grande jamás construido"? Es, por donde se le mire, absurdo. Somos un país con déficit hospitalario, carcelario, de escuelas, de universidades de calidad, de vivienda, etc. Pero claro, para el señor Paulman eso no tiene importancia. Total, Paulman no es un verdadero chileno, es más bien un alemán: no es raro que controle sus grúas por satélite desde Alemania.

Los destinatarios de las construcciones que realmente hacen falta no dan dinero, salvo que el estado lo haga por ellos. Salvo utilizar el sistema de concesiones. Y Paulman, un próspero empresario del retail, nada sabe de concesiones. Su objetivo es la clase media, el joven profesional ondero que gana suficiente para no ser considerado un cliente de riesgo y, por lo tanto, candidato ideal para meterle una buena deuda por el orto. En resumen, Paulman sigue en su cruzada para endeudar gente. Para ello ha creado el más grande de los anzuelos sudamericanos, un anzuelo del porte de una torre de babel. La torre de babel fue el principio del fin de un imperio. ¿Será este el principio del fin para nosotros? No podrán alegar que nadie se los advirtió. Mientras tanto el desarrollo de Chile sigue esperando.

viernes, 15 de abril de 2011

El pensar y los banqueros

Un alto representante de los banqueros se mandó una frase que deja la sangre helada, por lo honesta y por lo macabra. Por que, desde Marcuse, los izquierdistas fanáticos llevan un montón de tiempo señalando aquella teoría semi-conspirativa que han llamado “la teoría de la dominación”. Resumo a partir de la teoría: los que han fraguado el plan de dominación son justamente los banqueros. Y la mayor parte de la gente, cuando escucha esas historias, sonríe y dice “no debe ser verdad”, ¿cómo puede serlo?. Y bien, resulta que la declaración del banquero fue: “el gobierno no está para hacer pensar a la gente”. Por supuesto, es una declaración sobre todo conspirativa. El gobierno no está para revelar ciertos secretos a la ciudadanía.

Un detalle de importancia: “la gente” a la que se refería la declaración, no era “toda” la gente sino solo aquellos que tienen acceso a una cuenta corriente. Ellos son una clase especial dentro de “la gente”. Todo el que tiene acceso a determinado ingreso puede acceder a una cuenta corriente y, por supuesto, el ingreso viene dado por un determinado nivel de educación y/o influencia. Por lo tanto, los aludidos distaban de ser elementos desinformados, ignorantes o embrutecidos. Pero al banquero le daba lo mismo: no eran de su nivel, eran del nivel de aquellos que no merecen informarse de ciertos “secretos”. Ahora, lo más impresionante de todo es que el poderoso banquero que se despachó la declaración sigue siendo una “segunda línea” dentro del poder real en Chile, un país que (sabemos) gravita poco en las decisiones mundiales. Es decir, es una n-esima línea dentro del poder real del mundo, el poder a secas. Debemos recordar que los bancos son un ítem más dentro del organigrama de los Luksic, Matte, Angelini, Claro o Piñera, si hablamos de Chile, los que, a su vez, son un ítem más dentro de los millonarios del mundo. Un verdadero monopoly.

jueves, 24 de marzo de 2011

La energía

Podría haber empezado este artículo con la frase “yo apoyo la energía nuclear”. Sin embargo, preferí usar algo más neutro porque las cosas que están pasando en estos días no permiten hacer demasiadas bromas con el tema. De todas formas es posible señalar que la humanidad, y en particular Chile, se encuentra en uno de los entuertos más grandes de su historia. Porque al fin y al cabo tiene que ver con resolver la pregunta “¿cómo conseguir energía limpia, barata y sin riesgos para alimentar las crecientes necesidades de energía que requiere el país? Una pregunta de corte casi ingenieril, una pregunta que raya con la tecnocracia, pero que corresponde a una pregunta bastante simple de captar.

Ante todo hay que decir que la pregunta tiene un supuesto implícito: el supuesto es que necesitamos más energía para el futuro. Ahora bien, un país de 17 millones de habitantes (los que tenía Argentina en los 70 o Alemania en los 40) no requeriría, quizás, demasiada energía. Pero las crecientes necesidades de energía son un problema primero mundial y segundo, nacional. Algunas causales:

  1. Todos los chilenos quieren maravillas de la modernidad. La necesidad de “estar en el primer mundo”, en términos tecnológicos, se ha vuelto fuerte en el ultimo tiempo, sobre todos en la capas con cierto nivel de educación. Todos están queriendo su Iphone, sus consolas de última generación, sus pantallas plasma y toda la línea blanca imaginable. Todo eso constituye el consumo domiciliario. Y de ese consumo somos responsables todos los chilenos.
  2. Otro importante elemento son las necesidades de transporte. El requerimiento de transporte en Chile se ha hecho monstruoso sobre todo por el crecimiento de determinados conos urbanos: el Gran Concepción, el gran Valparaíso y sobre todo el gran Santiago. Todos ellos requieren ingentes cantidades de energía para poder sobrevivir. En Santiago, en particular, los requerimientos en transporte luego del “fiasco de Transantiago” (que en realidad fue un sinceramiento de la situación del transporte en Santiago, hablaré de eso luego) generó en la población. Los viajes requeridos son mayores, con distancias mayores y con solicitudes de rapidez superiores a las antiguas.
  3. Otro importante requerimiento viene dado por las empresas mineras. Las que, por supuesto, no han sido especialmente eficaces en las inversiones que se requieren para mejorar su abastecimiento energético. Una de las inversiones más evidentes (construir una línea que una el SIC con el SING) se realizará (con patrocinio del estado) recién el próximo año. Por supuesto, después de “la hazaña de los 33” ya todo el mundo tiene claro que las motivaciones de los empresarios mineros son, casi siempre, el máximo de ganancias al mínimo de costos, y que la minimización de costos se realiza muchas veces al margen de la ley y/o la ética. Por lo tanto, en lo relativo a la energía, sus inversiones siempre han sido las más baratas posible (carbón, petcoke) y, por supuesto, tienen cantidades escasas de inversión en innovación, lo que, por supuesto, permitiría la resolución de problemas, en particular el tema energético, de maneras mucho más adecuadas. De lo que si estoy seguro es que los gastos en asesoría legal son millonarios, lo que revela cual es el “perfil” de estas empresas.
  4. Otro requerimiento de importancia es “el crecimiento”. Los políticos hablan mucho del crecimiento en sus campañas, sobre todo los políticos de derecha. A todos ellos les importa mucho la ganancia de dinero y, por lo tanto, crecer poco les es equivalente a “ganar menos”. Ahora bien, ¿qué hay detrás de este crecimiento?. Hay una tremenda pelea, no dada aún, pero que podría hacerse en el futuro, respecto de los montos que se llevan los bancos en intereses y diversas comisiones. En particular los montos asociados a créditos de consumo. La tajada que se cobra es enorme. El incentivo es para que los consumidores finales, el 90% de todos los chilenos, se esfuercen todo el día para pagar dinero prestado, más el interés, lo que genera un incentivo a la búsqueda de mayor energía. El dinero es energía. El dinero adicional “interés” es energía adicional. El crecer es pedirle energía adicional al sistema. Por supuesto se puede hablar horas acerca de quien se lleva, en términos efectivos, los beneficios del crecimiento ¿todos los chilenos o solo unos pocos?. Entonces, resulta que el crecimiento real del chileno promedio es muchísimo menos del 6% de la economía y resulta que es él quien se lleva los maleficios, lo que llaman “las externalidades negativas”: ciudades contaminadas, alimentos contaminados, opciones ciertas de quedarnos sin recursos para el futuro y por eso, pobreza actual y futura.
  5. El aumento de la penetración de la publicidad. Algo intrínsecamente relacionado con la parte 1, pero que en resumidas cuentas, tiene que ver con la creación de necesidades en el consumidor. Ciencias mefistofélicas, como el Marketing, cuyo interés básico es crear necesidades que deben ser llevadas a la mente del consumidor.
  6. El incentivo por lo desechable. Intrínsecamente relacionado con el punto anterior. El marketing es una industria que también necesita sobrevivir y para eso requiere que sus mecanismos de detección y/o creación de necesidades aumenten. Pero no solo eso: la satisfacción debe tener fecha de vencimiento. En ese sentido, los productos deben poseer una alta rotación. Al industrial no “le conviene” fabricar productos durables. Requiere productos que a los tres años fallen para poder vender otros nuevos. Los vertederos son mudos testigos de esto. Una observación minuciosa a un basural nos remite de inmediato al despilfarro.

El listado anterior no se halla en ningún caso completo, pero ya se ve que la pregunta es, ¿tiene sentido estar deseando más energía siendo que quizás administrar bien la que tenemos basta y sobra?. Dejo la inquietud.

lunes, 20 de diciembre de 2010

La ideología del consumismo

La ideología del consumismo posee el siguiente discurso: para ser feliz se debe “salir de compras”. Comprar es una de las actividades que, bajo este concepto, más feliz hacen al ser humano. Y, efectivamente, la compra de pequeños objetitos (“gadgets” que le llaman ahora), proporciona unas horas de alegría hasta que, de pronto, todo se va al carajo: el juguetito ya no divierte y si es que produce vicio el fabricante está dispuesto a crear la cura y venderla a un precio carísimo. Demás está decir que la ideología consumista es intrínsecamente perversa. Yo diría que sus pecados se apoyan en dos bases:

1. El industrial innovador "self mademan" busca toda su vida el “producto” que lo hará rico.
2. La adopción del nuevo “producto” por parte del público implica la realización de grandes intercambios de escala quizá mundial. El hombre promedio debe trabajar mucho y extraer muchos recursos para obtener “el" o "los" productos.

Por su puesto, sin discurso sustentatorio no existiría el consumo. El discurso es: se debe tener determinado “nivel de vida” para ser feliz. La vida en un nivel de vida bajo produce grandes niveles de infelicidad e insatisfacción. Incluso el éxito sexual, o “sobretodo el éxito sexual” (si nos ponemos biologicistas), depende de ello.

¿Qué pasa con las casas? Se transforman en reservorios, en bodegas de toda clase de objetos. Por supuesto, el bodegaje que se le hace gratuitamente a las empresas: nunca estuvo considerado. O el desecho acumulado en los vertederos. La actitud es como si todo eso fuera gratis. Por supuesto el hecho esencial: el consumismo es “caro” en los sistemas.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Ricardo Claro, la información perfecta

Hace unos años murió ese sujeto conocido por todos, pero en el fondo no conocido por nadie. De una cosa estoy seguro: lo anterior ocurría porque los observados éramos nosotros. Ricardo Claro era un sujeto que había puesto “micrófonos” a todo Chile. Se trata de una metáfora, pero ya sabemos que en algunos casos era una total realidad. Tener información, y ser capaz de hacer algo útil con ella, es lo que ha llevado a los poderosos a convertirse en eso.

Uno de los datos que sorprenden (o que intentan sorprender) nos habla de su costumbre de quedarse hasta altas horas “informándose” por Internet. Pero yo recuerdo sus conexiones con la CNI y por supuesto, la forma en que obtuvo la cinta del Piñeragate. Luego de eso, parece ser que lo único realmente valioso es: cuando alguien quiere manejarte lo primero que hace es ocultarte información.

Una situación como esa puede ser especialmente complicada cuando se trata de un empresario. De inmediato pueden surgir dudas acerca de su honradez. Por supuesto, hay empresarios honrados, pero a mi juicio los empresarios del nivel de Ricardo Claro (en rigor, son “super-empresarios” o “multi-empresarios”) tienen todos los incentivos para ser deshonestos. Por lo demás, la falta de honestidad pasa a ser una cuestión bien relativa a niveles tan altos. Porque, un medida mínima, como subir los costos en $ 1 a determinado producto del retail, como el azúcar, por ejemplo, genera de inmediato ganancias estratosféricas. Es cosa de multiplicar $ 1 por todos los kilos de azúcar que produce una de las empresas del holding.

Por otro lado, la deshonestidad de la información privilegiada no es considerada como tal por la ciudadanía. De tal manera que a ninguno de los partidarios de Piñera le importó mucho la movida que Piñera le hizo a Claro en el tema Bancard. Es más: a muchos les pareció el hombre más inteligente del mundo.

Muchas veces me pregunto si acaso el incentivo primordial para estas deshonestidades no es más que el listado mundial de millonarios. No me extrañaría nada que muchos millonarios se sienten, en realidad, como deportistas de alto rendimiento que representan al país en las lides de la plata. Y, por supuesto, se sienten unos perfectos patriotas. El fin justifica los medios, dicen. Pero ¿Cuál es el fin? Es como si un deportista recurriera a todas las trampas del mundo para escalar. Por supuesto, en el deporte los métodos son extremadamente regulados. No es el caso del mundillo del dinero. Aunque hace rato que ameritaría.

martes, 12 de octubre de 2010

El dinero y la ciudad

Es claro que lo único importante en la ciudad es el dinero. Podríamos decir que las ciudades son solo sitios de intercambio. Una ciudad grande, como Santiago está pensada como un megacentro de intercambios. Es el centro de los intercambios de un país completo, con el mundo y entre si. Las ciudades por lo tanto, poseen validez cuando existe dinero. No se puede andar por la ciudad sin tener dinero y su ausencia ahuyenta también a los habitantes. La gente, cada vez más escasa, que vive en zonas rurales dice que para ir a la ciudad “hay que andar con la moneda”. Por eso se cuidan mucho de ir a la ciudad. La gente en la ruralidad puede sobrevivir perfectamente sin dinero. Recuerdo una visita que hice a Pichasca. La gente decía que para ellos conseguir “una luca” era una cosa prácticamente imposible. Tenían cabras. Comían cabras, se vestían con cuero de cabra, tomaban leche de cabra, hacían queso de cabra y a veces cambiaban algunas de esas cosas por trago o harina para hacer pan. La rutina era salir en las mañanas a pasear las cabras, por los cerros, en terrenos eternos y baldíos. Las cabras sabían muy bien sobrevivir de cualquier ramita que surgía. Algo de agua había. Surgía de manantiales. Hacia allá iban los cabreros.

Acá en la ciudad suele ser lo mismo. Hay manantiales cada tanto, lugares donde aflora otra clase de agua, una muy especial: es el dinero. Cuando fluye dinero de algún lugar de la ciudad, los habitantes se acercan. Van por trabajo o a vender productos. Es lo que ocurre por ejemplo, en las obras de construcción, los que pueden interpretarse como manantiales de dinero: una empresa inmobiliaria desea construir un enorme proyecto de oficinas (30 pisos en un barrio lujoso) y, por supuesto, para lograr el deseo debe llevar fuertes sumas al lugar para lograr que lo constructores hagan su trabajo. Y eso atrae a una cantidad importante de personas, que buscan dinero: comida, DVD’s piratas, mermeladitas caseras, etc. Es curioso que esos manantiales de dinero vengan y hayan sido planificados por otras personas, las que poseen el dinero. Las consecuencias son infinitas.

martes, 3 de noviembre de 2009

Los horarios en las obras civiles

No pretendo hacer una mirada política, al menos no en términos de conceptos de izquierda. Más bien intentaré describir algunas situaciones que se dan con alguna regularidad en las obras de construcción. Son problemas repetitivos y que ocurren por una cierta cultura del aprovechamiento y que hace más difíciles las labores en las obras civiles.

Para entrar en materia puedo señalar, en primer lugar (no en importancia sino según me lo señala la memoria): los horarios. Lo usual es que cuando parte una obra el horario que se establece es de 8:00 a 18:00 horas. Es decir, 10 horas de estadía en la construcción. Una jornada extensa de todas formas, porque implica 9 horas de trabajo efectivo si es que descontamos la hora de almuerzo. Por supuesto, el máximo de productividad se alcanza cerca de las 8 horas diarias de trabajo. Lo demás ya es trabajo menos productivo. Según la literatura especializada del tema, si se trabajan solo 5 días a la semana, el 100% de productividad se alcanza a las 8 horas de trabajo. Por lo tanto, lo ideal para evitar pérdidas (una variable que preocupa o que al menos debería preocupar al ingeniero) es salir a las 5 de la tarde.

Pero lamentablemente el horario de 8:00 a 18:00 solo ocurre al principio de las obras. Con pasmosa regularidad las obras presentan atrasos, de tal forma que las estadías de 10 horas en la obra ya no son suficientes y se requieren jornadas más largas que usualmente (dependiendo de los permisos que otorgue el municipio) se extienden hasta las 20:00 horas o hasta las 24:00 horas incluso en los turnos de noche. Las extensiones horarias hasta las 24:00 horas en general implican modificaciones de contrato, por lo tanto hay ingresos extra para todos. Pero cuando la extensión es solo hasta las 20:00 horas ocurre una especie de efecto de “meter la puntita” (si se me permite la expresión de terreno) de tal forma que el mandante (el dueño de los planos, de los terrenos y el dueño de la obra en el fondo) empieza a exigir esta extensión horaria como algo natural. Se presiona al contratista haciéndole creer que “no quedarse” es una suerte de cobardía y/o “mamonería”. Lo que el mandante no asume (haciéndose el tonto) es que su contratista ofreció solo 10 horas, por lo tanto hacerle trabajar 12 es robarle dos horas. El contratista podría negarse, pero no lo hace porque sabe qué ocurre si lo hace: le cobran una multa millonaria que se establece en el contrato y si la cosa se pone más drástica, el mandante cobra la boleta en garantía que el contratista ha dejado en el banco. Una boleta que usualmente puede llegar a ser dos veces el precio del contrato. El contratista está, en alguna medida, secuestrado en la obra.

Lo anterior es la descripción un tanto abstracta de la situación, pero pongamos nombres propios. El contratista es una constructora, como lo son Echeverría Izquierdo, Belfi, ICAFAL, BESALCO, Simonetti, etc etc. Pero la constructora no realiza, en ningún caso todo el trabajo. Subcontrata montones de actividades a otras constructoras más pequeñas y con dueños de menos poder económico y, por lo tanto, de menos influencia y pelaje. Es el desgrane del choclo. De esta forma, cuando el mandante presiona a la constructora principal, ésta presiona a los subcontratos y éstos a su vez presionan a sus trabajadores, los que como casi siempre terminan por ser los más perjudicados.

¿Y quien es el famoso mandante? Es la inmobiliaria. Es la que posee lo planos (por lo tanto tiene de su lado a los arquitectos, por lo general, mucho más poderosos que los ingenieros dentro de una obra), es la que posee los terrenos, los permisos y el financiamiento principal. Este último detalle es clave. El financiamiento proviene de los principales socios de toda inmobiliaria: los bancos. Absurdamente, cuando el contratista (o alguno de los subcontratistas) se halla en problemas debe recurrir a los banqueros para obtener financiamiento adicional. ¿Qué pasa entonces?, lo dejaremos para otra crónica.

lunes, 27 de abril de 2009

Acerca de la economía Keynesiana y su crimen ecológico

La economía Keynesiana cree que se puede resolver todo con crecimiento. Que basta echar a andar la sociedad productiva, que el país crezca para que luego el chorreo eleve los ingresos y elimine la pobreza. El problema con eso es que produce desigualdades en el ingreso. De todas formas, el sistema crea una manera de salvar a los que no tienen el ingreso suficiente: les presta dinero. Y les presta dinero con la promesa de un ingreso futuro. Por supuesto que la presión sobre el endeudado es doble. Ahora no solo tiene que trabajar para cubrir sus necesidades. Ahora tiene que hacerlo para cubrir el monto de la deuda. La familia completa debe salir a trabajar. ¿En qué? Hay que salir a buscarlo. Si no se encuentra un trabajo se debe “inventar” un negocio propio. Por supuesto que el pobre (pobre y endeudado) no tiene como crear un negocio complejo. Recurre a la venta de objetos que ha elaborado con sus propias manos y si es sociable se junta con otros elabora cosas y las vende. Imaginen ahora a millones de desesperados haciendo lo mismo, transformando unas cosas en otras, quemando, cortando o ensuciando, etc. Es decir, mi opinión (no calculada) es que la fuerte motivación que tiene el pobre keynesiano para pagar sus deudas puede llevarnos a una situación de catástrofe ecológica.

Ahora bien, ¿qué pasaría si los bancos no prestaran dinero? Pues bien, las abundantes hordas de pobres no tendrían como consumir los productos anunciados con insistencia en la televisión. Ese es el dilema del pobre: consumir o no consumir. El no consumir lo puede llevar a convertirse en paria dentro de la sociedad, con hijos traumados por estos padres que no se esfuerzan por comprar el último play station. Pero si, en masa, el pobre decide no volver a consumir, pues entonces el sistema cae. El sistema se derrumba por completo. La economía deja de crecer y si la economía deja de crecer, dejan también de crecer los ricos.

Entonces lo mejor es abandonar la ficción del “crecimiento”. Ese sería el consejo lógico. Pero por algún extraño motivo, gran parte de la humanidad tiene el bichito de estar siempre aspirando a otra cosa. A un algo indefinible, pero mejor. No importa lo que sea, pero el humano quiere aspirar a “ese algo” mejor. Sin duda que es más útil y quizá menos nocivo que ese algo mejor sea un bien intangible, uno que sea gratis. La conversación puede ser uno de esos bienes. Hablando toda una tarde se nos olvida de inmediato el deseo de salir de compras. En los pueblos pequeños la conversación es abundante y el dinero escaso.

martes, 10 de marzo de 2009

El materialismo

El materialismo no sé que cosa será. Es una palabra bastante utilizada. Incluso yo he recurrido a ella, a pesar que no la tengo del todo clara. La verdad es que considero que para tener una visión cabal del asunto debiera hacerse uso de Marx y secuaces. No niego que no los he leído nunca muy en serio. Casi a puros divulgadores (como Lucaks o Fromm) y uno que otro párrafo selecto.

Sin embargo los que usan la palabra materialismo están en las mismas. Y la usan con abuso. El tema es que la usan en un sentido más restringido. Se dice “putas que eris bien materialista”, cuando el tipo está pensando en plata o dinero. Es decir un materialista será una especie de insaciable coleccionista que se siente feliz cuando tiene una moneda más. Los hombres son astutos. Los que poseen esta afición utilizan todos los recursos que tienen a mano: capacidad de disuasión o negociación, violencia, inteligencia, etc. Llegan a poseer grandes sumas.

Respecto de lo anterior, hay dos puntos en los que me quiero detener. Uno es acerca de “la colección”. Creo que es una palabra importante; la avaricia es una forma de coleccionismo, pues el que junta dinero utiliza los mismos circuitos mentales que el que junta estampillas o millas. La idea es juntar, y la felicidad es grande cuando se tiene un elemento más. En el fondo casi todos somos coleccionistas. La sociedad de consumo impone que consumamos con regularidad, un consumo que va más allá de las necesidades básicas o, siendo más preciso, ya se han vuelto básicas para la sociedad en que se mueve el individuo. Podemos coleccionar artículos electrónicos y así pasamos a engrosar el mercado de los consumidores de electrónica, siempre al tanto de nuevas variedades, etc. Hay algunos más obsesivos y afanosos en esta tarea, pero todos, cual más cual menos, coleccionan. Es una actividad corriente en nuestra sociedad.

El segundo punto tiene que ver con los efectos de nuestras acciones. Coleccionar asesinatos no es lo mismo que coleccionar estampillas. Algunas colecciones producen daño en los demás. No se puede olvidar sin embargo, una de las más importantes: Coleccionar empresas. Se está coleccionando una entidad abstracta, pero detrás de ella hay otros humanos involucrados. Ocurre que a veces esos humanos sufren. En todas las épocas, incluyendo la actual. Y ese sufrimiento debe atravesar una barrera infranqueable para que llegue a oídos del coleccionista de empresas. Pues éste solo está rodeado de gente que ayuda en sus objetivos. Quizá en la sucursal estación central de una de las farmacias que componen las inversiones en salud de uno de sus holding se encuentra un hombre de edad mediana que colecciona amores y se halla en trámites con una vendedora y de pronto se entera de la fusión de la cadena de farmacias con otra cadena que se acaban de comprar “los dueños” lo que generará el despido masivo y el daño a uno de sus amores.

El daño que comento no necesariamente tiene que ver con personas de manera directa; también ocurre de una manera más tenue y solapada. Suele suceder que en este afán de empresarios se generen negocios que la sociedad no necesita. Allí uno de los ayudantes del coleccionista dice: “don Máximo, no hay mercado”. O puede que no lo diga, porque antes de decirlo ya habrá elaborado y aplicado la solución: crear el mercado, mediante las estrategias de marketing. Esto significa, en la práctica, que se debe convencer, a la mayor cantidad de gente posible, que necesita determinado producto. Por ejemplo determinado tipo de pantalón o cierto juguete. El problema surge cuando se hacen conteos de respecto de la energía utilizada. Tanta para fabricar el producto, tanta para la campaña de marketing, tanta para la gestión. Cuando ya lo ha comprado, el consumidor se da cuenta que no necesitaba el artículo como creyó al principio y lo termina abandonando en algún recóndito lugar. Y de ahí a la basura. Sospecho que la cantidad de energía que se ha despilfarrado en estas tautologías alcanzaría para resolver todo el problema energético actual, alimentación, etc. Entonces ¿economía centralizada? ¿O libre con leyes restrictivas?. Aquí aparecen los doctores de Harvard o Chicago con sus recetas de siempre. Excepto en las crisis (como la que estamos viviendo): todos los doctores de Chicago ahora desprecian al libre mercado. Todos andan echando una miradita a los manuales marxistas.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La imagen del capitalismo descrita por José Eustasio Rivera

Hace mucho leí un libro que me dejó completamente impactado y que, por eso, pasó a ser uno de los libros importantes que he leído. Han hecho encuestas para fuguetianos, donde preguntan ¿qué libro te llevarías a una isla solitaria? o “los 1000 libros que hay que leer” y otros ocios semejantes. Pues bien, agreguen “La Vorágine” de José Eustasio Rivera. No digamos que el autor es la fama misma, pero recuerdo que lo recomendaban en los antiguos “libros de castellano”.

La vorágine cuenta una época en la historia de Colombia, principios del siglo XX. Los parajes que describe son básicamente dos: la llanura, lugar donde se vive de la ganadería y la selva. Sin duda, la parte dedicada a la selva es la mejor lograda, la mejor contada y la más llena de consecuencias. En mi opinión personal, el autor debió escribir dos libros y llamarlos de manera diferente. Pero sobre ese punto no insistiré demasiado; da para un artículo diferente.

En términos de argumento lo que motiva la historia es el viaje. El primer viaje ocurre por la huida de una pareja que desea estar junta. El segundo viaje empieza cuando la mujer (se trata de una pareja heterosexual, en estos tiempos hay que estarlo aclarando) es raptada y llevada a la selva por un traficante de esclavos. El protagonista es acompañado por un amigo que está en la misma situación. La novela avanza y descubre donde los han llevado: a una faena productiva de extracción de caucho, controlado por dueños venezolanos. Se está en una época donde está prohibida la esclavitud. Pero los empresarios se las arreglan para esclavizar. El método es simple y diabólico: les pagan una miseria. No les alcanza para comprar en la pulpería. El dueño les presta con interés para que puedan comprar. La deuda crece, los trabajadores se endeudan más y al final ya no pueden salir del lugar hasta que hayan pagado la deuda al dueño. Para algunos, la deuda no se alcanzaba a pagar con varias vidas trabajando. Las condiciones de trabajo, obviamente, son extremas. En plena selva, con mosquitos, enfermedades, calor, violencia y una selva que se parece más a un desierto que a un lugar lleno de vida. El que se pierde en la selva muere casi con seguridad; o sobrevive pero vuelve loco. La opción que queda es alimentarse de lo que produce la selva, que debiera ser mucho, pero estos trasplantados del llano colombiano no saben como sobrevivir allí.

El sistema descrito me lleva de inmediato a recordar la situación que se vive en la sociedad “de consumo actual”. Las pulperías de la actualidad han llenado todos los rincones de la ciudad. Los habitantes de la ciudad quieren los productos de la pulpería, porque la sociedad los obliga, mediante “obligaciones sociales”, a vivir una determinada vida y a realizar determinadas adquisiciones en estas pulperías. Nuestras pulperías más grandes entregan prestado con interés. ¿Quién presta con interés?. Porque, al final de la cadena, los prestamistas y los dueños de las pulperías son los mismos. Por lo tanto, el modelo de la vorágine se reproduce en los principios del s XXI. Por supuesto, ahora las deudas son pagables, en principio.

El tema y el libro dan para mucho. Demasiado para el reducido espacio de comprensión y tiempo que es este medio.