lunes, 27 de abril de 2009

Acerca de la economía Keynesiana y su crimen ecológico

La economía Keynesiana cree que se puede resolver todo con crecimiento. Que basta echar a andar la sociedad productiva, que el país crezca para que luego el chorreo eleve los ingresos y elimine la pobreza. El problema con eso es que produce desigualdades en el ingreso. De todas formas, el sistema crea una manera de salvar a los que no tienen el ingreso suficiente: les presta dinero. Y les presta dinero con la promesa de un ingreso futuro. Por supuesto que la presión sobre el endeudado es doble. Ahora no solo tiene que trabajar para cubrir sus necesidades. Ahora tiene que hacerlo para cubrir el monto de la deuda. La familia completa debe salir a trabajar. ¿En qué? Hay que salir a buscarlo. Si no se encuentra un trabajo se debe “inventar” un negocio propio. Por supuesto que el pobre (pobre y endeudado) no tiene como crear un negocio complejo. Recurre a la venta de objetos que ha elaborado con sus propias manos y si es sociable se junta con otros elabora cosas y las vende. Imaginen ahora a millones de desesperados haciendo lo mismo, transformando unas cosas en otras, quemando, cortando o ensuciando, etc. Es decir, mi opinión (no calculada) es que la fuerte motivación que tiene el pobre keynesiano para pagar sus deudas puede llevarnos a una situación de catástrofe ecológica.

Ahora bien, ¿qué pasaría si los bancos no prestaran dinero? Pues bien, las abundantes hordas de pobres no tendrían como consumir los productos anunciados con insistencia en la televisión. Ese es el dilema del pobre: consumir o no consumir. El no consumir lo puede llevar a convertirse en paria dentro de la sociedad, con hijos traumados por estos padres que no se esfuerzan por comprar el último play station. Pero si, en masa, el pobre decide no volver a consumir, pues entonces el sistema cae. El sistema se derrumba por completo. La economía deja de crecer y si la economía deja de crecer, dejan también de crecer los ricos.

Entonces lo mejor es abandonar la ficción del “crecimiento”. Ese sería el consejo lógico. Pero por algún extraño motivo, gran parte de la humanidad tiene el bichito de estar siempre aspirando a otra cosa. A un algo indefinible, pero mejor. No importa lo que sea, pero el humano quiere aspirar a “ese algo” mejor. Sin duda que es más útil y quizá menos nocivo que ese algo mejor sea un bien intangible, uno que sea gratis. La conversación puede ser uno de esos bienes. Hablando toda una tarde se nos olvida de inmediato el deseo de salir de compras. En los pueblos pequeños la conversación es abundante y el dinero escaso.

viernes, 24 de abril de 2009

Charles Darwin y su opinión de los primeros chilenos

Este año se cumplen 200 años en la historia de la evolución de las especies: el nacimiento de Darwin. El hecho ha sido difundido por algunos medios como el Artes y Letras de El Mercurio, resaltándose la figura de Darwin como la de un genio que nos dotó de una de las más importantes teorías modernas. Sin embargo, Darwin no era todo lo prístino y genial que pensamos. El punto es que su imagen del mundo distaba mucho de ser informada. El tipo era un Europeo promedio del siglo XIX (al menos en sus primeros años, antes de la fama y los diarios), ese que vivía en la barbarie de las primeras décadas de la industrialización. Ya saben de qué hablo, Dickens escribió bastante sobre el punto. Ese Europeo promedio pensaba que los negros no eran humanos y mantenían la duda respecto de las mujeres. Pues bien, cito una opinión de Darwin respecto de los indios yámana (o yaganes), vecinos de los selk’nam, ambos pueblos que los contemporáneos de Darwin hicieron desaparecer: “Constituían el grupo de criaturas más feas y miserables que he visto en mi vida. Se hallaban completamente desnudos o con una piel de nutria que apenas bastaba para cubrirles las espaldas hasta las caderas. Sus feos rostros estaban pintados con colores blancos, su piel era sucia y grasienta y sus ademanes violentos. Ante el espectáculo de estos hombres es difícil creer que sean semejantes nuestros y habitantes de un mismo mundo”. Cuando se ven las imágenes que acompañan los libros sobre yámanas, se descubre que son los mismos rostros que se ven en las poblaciones o en Ahumada después de cierta hora.

La opinión de Darwin es bastante aclaradora, sobre todo viniendo de un tipo que se supone fue un iluminado, y un avanzado, y por lo tanto clasificado dentro de una visión más liberal. Sobre todo por la cantidad de problemas que su teoría ha tenido con las creencias religiosas tanto occidentales como musulmanas. Luego de tanta polémica, uno creería que Darwin es de Izquierda. Pero no. Lo que aclara es lo obvio: los europeos no nos quieren (querían) por nuestra linda cara si no porque constituimos (constituíamos) mano de obra en las cuestionables “producción” y “crecimiento”. Luego de la independencia, Chile siguió dominado por la lógica de la invasión. El representante del invasor, el hombre blanco, domina el poder en absolutamente todos los ámbitos. El representante del invadido, en tanto, representa la fuerza de trabajo en un sistema de movilidad social escasa y de desigualdades evidentes.

De esta forma, Darwin es un hombre de dos caras. Igual cosa le ocurre a muchos intelectuales de su época y las contradicciones son parte esencial del trabajo intelectual. Sin embargo, es de mínima corrección que los medios informen de las dobles caras o dobles discursos en que incurren los intelectuales. El caso de Darwin se une al de otro insigne para los tiempos actuales: Voltaire. Y por ultimo un caso desde la literatura: Jack London. Estas contradicciones son un tema muy hondo y dará para otro artículo.

lunes, 13 de abril de 2009

Dos libros de Mircea Eliade

Uno de los autores que más leí en una época fue Eliade. No es fácil hablar de Eliade. Por muchos motivos. Por un lado está la complejidad de su obra. Por otro lado, su postura política afín a la derecha. Demasiadas divinidades; quizá le llevó a pensar que la jerarquización era lo mejor para una sociedad como la nuestra. De los libros que leí, me detengo especialmente en “Herreros y Alquimistas”, lejos el mejor de sus libros. Lo leí montones de veces tratando de comprender mejor y aprenderme la infinidad de datos que allí aparecen. Pero puedo decir que fue casi imposible. Es un libro demasiado basto para las casi 200 páginas que posee. Su interés traspasa las humanidades, adentrándose en cuestiones que cualquier técnico debía de conocer. Como su título lo indica, trata de herreros y alquimistas. Algunos capítulos están dedicados a los herreros y otro capitulo a los alquimistas.

Dentro de los herreros se incluye a personajes humanos ( y antiguos) interesantes, como el minero. Aquel que extraía “el material” de la tierra. Otro personaje: el constructor de espadas. Eliade divide las culturas (para una época de la historia) entre aquellas que conocen el hierro y aquellas que no. Las culturas del hierro eran tachadas de “perversas” por sus vecinos. Al leer esa historia, de pronto se recuerda de las historias de la Biblia. Al repasar el génesis se comprueba que el pueblo hebreo fue sucesivamente desconocedor del hierro (tachando de perversos a sus vecinos que si lo conocían), hasta conocedor del hierro, momento en que el dios de Israel se transforma en un dios castigador y guerrero.

Recuerdo que el libro comienza con una interesante historia: un árabe avanza por el desierto montado en su camello. En el cielo ve pasar un meteorito y lo sigue. Cuando lo encuentra, el meteorito aún está blando. Extrae un trozo de él (muchos meteoritos son “sideritos”, es decir a base de hierro) y con ese material se construye una espada. El hombre se transformó en un famoso guerrero. Eliade concluye la historia explicando que el hombre primitivo creía que el cielo era de piedra, puesto que, efectivamente, del cielo caen piedras.

Otro de sus libros, y creo que el más ambicioso, es el “Tratado de historia de las religiones”. Un libro que puede elevarse a la categoría de infinito. Es interesante como Eliade divide su tratado de historia de las religiones. Lo divide por ciertos elementos de la cultura de los pueblos primitivos que poseen un carácter altamente simbólico. No solo para el hombre primitivo. El sol, la luna, las piedras, la muerte, el cielo. Todos elementos de un poder de significación bastante alto. La elección, en lo fino, puede ser discutible. En ese estudio, echo de menos un tratamiento más profundo del color rojo y la sangre, en particular, de tal forma que no estudia con detalle la religiosidad maya. Aborda la sexualidad cuando la relaciona con la fertilidad, pero no con la muerte, de tal forma que deja fuera la cultura Moche. Pero se trata de un libro del año 40. Hasta hace muy poco se pensaba que los mayas eran “más sanos que el yogurt” en circunstancias que eran tan sanguinarios como los aztecas. La cultura moche también ha sido comprendida en fecha reciente. Pero sin duda era un libro que andaba en la dirección correcta.

De todas maneras, el enfoque que introduce Eliade es que, al ser la religión un tema tan transversal, engloba a todos los pueblos de la tierra. Por lo tanto analiza, de manera “comparativa” como se llamaba en la época, el diverso uso del simbolismo religioso. Esto tiene una ventaja muy interesante: homologa, a nivel de símbolos, a los pueblos “primitivos” que no han dejado registro histórico junto con los pueblos históricos. Resumiendo: homologa de manera total un bantú africano con un griego. Es bastante democrático considerando que se trata de Mircea Eliade, que apoyó a los gobiernos fascistas. Al igual que uno de sus más famosos discípulos, Borges. Borges aprendió mucho con su lectura. Basta repasar “antiguas literaturas germánicas” para ver la deuda que mantiene.

Recientemente compré otro libro de Eliade. Se refiere al Éxtasis Chamánico. Aún realizo su lectura. En algún texto posterior contaré que se aprende de él.

Bibliografía:
Herreros y alquimistas
Tratado de Historia de las Religiones
Antiguas Literaturas Germánicas, de Jorge Luis Borges.