viernes, 22 de agosto de 2008

El dios del mal

Con el tiempo los cristianos asumieron que los dioses ajenos eran demonios. Este fenómeno no es nuevo. El caso Ario-Hindú es claro. Los demonios arios son dioses benéficos en la india y viceversa. O el caso israelita, en que baal ( y un caso particular de baal como baal-zebub o Belcebú) fue siempre calificado de maligno por los profetas y su adoración implicaba la condenación eterna. Así también Ercilla en su Araucana nos señala que los mapuches adoraban a Lucifer y hasta hoy ese mal entendido perdura, incluso en los libros de colegio donde se lee que Pillan es equivalente a demonio. No es este el sitio para ahondar en las razones de tal comportamiento. La respuesta, por lo demás, es fácilmente inferible.

Un ejemplo particular es Dionisos, por ser quien se ha convertido en nuestro actual paradigma de diablo. Fue el último en ingresar al panteón olímpico y famosa es su lucha contra Penteo. La divinidad del vino, de la alegría, del desorden, de la fiesta. Su culto pretende una vuelta ritual al caos primitivo. El espíritu que lo acompaña es la enajenación, la alucinosis, la distorsión de la realidad. A Dionisos se le asociaba el macho cabrío como animal tutelar, así como el perro fue el de Anubis. Su culto fue muy reprimido por los inquisidores medievales, pero cobra nueva fuerza al iniciarse el Renacimiento, asociado al de otra diosa: Diana, la cazadora. Una de las preguntas que constan en los registros de la inquisición dice “¿Haz cabalgado con Diana?”. Aparece relacionado con la brujería y el culto a Satanás, lo cual no deja a de ser irónico: el demonio cristiano es un antiguo dios griego que se negó a morir y el macho cabrío un viejo tótem tribal.