miércoles, 17 de diciembre de 2008

El país de las sombras largas, de Hans Ruech

El libro “El país de las sombras largas” es uno de los libros más bellos que he leído. Pero no basta con esos adjetivos casi mamones, a esta altura. Porque es también una novela instructiva. No sé si lo que se cuenta en ese libro posee la rigurosidad antropológica, pero la forma en que se presenta la hace tremendamente creíble.

Actualmente es un pueblo que vive integrado en la modernidad. El esposo de la candidata a la vicepresidencia norteamericana era inuit. Prontamente alcanzarán, además, la independencia política. Y su territorio ancestral (uno de sus territorios) está lleno de riquezas petrolíferas que podría llamar la atención de su ambicioso vecino USA.

Pero en los tiempos del libro, la modernidad no había llegado. En los tiempos del libro la vida se abría paso con dificultad en este mundo helado. Hay montones de detalles que llaman la atención y que son casi graciosos. Por ejemplo, las temperaturas llegan perfectamente a los 50 grados bajo cero. Uno de los protagonistas (que en la versión cinematográfica era protagonizado por Anthony Queen) se saca la polera cuando hacen 10 grados bajo cero porque “le da calor”.

El estilo de la novela es asombroso: ahí donde todos los escritores (o aspirantes a) se devanan los sesos tratando de hacer una novela ágil, Hans Ruech lo logra de una manera que parece simple. En las 284 páginas que posee mi edición, el autor cuenta la historia de tres generaciones de inuit. Y la acción no decae nunca.

Sin duda lo que más sorprende al lector son las costumbres sexuales, a estas alturas largamente comentadas: el esquimal presta la mujer al prójimo sin cuestionamientos ni celos. Es más: es grave no aceptar la mujer cuando se la ofrecen. Se corre el riesgo de morir. A esto los personajes le llaman “reír”. Es interesante el alcance. Porque el eufemismo no alude de manera brutal al sexo, alude a la alegría que se produce al estar acurrucado con una mujer. ¿Por qué el esquimal no se complica la vida con esto? (o más bien, no se la complicaba, porque dudo que el señor Palin vaya por ahí ofreciendo a Sara). Mi respuesta la escasez de mujeres en esas regiones da para esos extremos. ¿Le parecía excitante al inuit imaginar cómo, dentro del iglú, le hacían el amor a su mujer?. Yo creo que no eran capaces de esa clase de perversión. El frío polar no da para esa clase de fantasías. En otro artículo comentaré el significado de compartir la mujer en la sociedad actual.

martes, 9 de diciembre de 2008

Brazil, una anti-utopía

Muchas cosas se han dicho acerca de la película Brazil. Entre ellas, la más recurrida, es aquella que dice “se trata de una película que retrata la alienación del mundo moderno”. Es curioso observar, sin embargo, que no se trata de una película sobre el futuro, tal vez ni siquiera sobre el presente. Por supuesto, la película es mucho más de lo que el análisis revisteril ha querido mostrar.

Partamos por lo básico. Brazil cuenta la historia de una ciudad, y de un hombre dentro de ella, que viven la burocracia al punto que esta lo domina todo, incluido el terreno de los afectos. El sistema se hace funcionar de manera “perfecta” a base de miles de funcionarios ordenados y eficientes que jamás cometen errores. Al menos eso es lo que pregonan los líderes. El protagonista es otro funcionario más, un tipo existencialista, que se cuestiona su entorno y, mas aún, cae constantemente en el vicio de la ensoñación, lo que lo lleva a vivir una especie de doble vida. Es un hombre con deseos de rebelarse y diariamente lleva a cabo algunos pequeños e inocentes sabotajes. Hasta que termina convirtiéndose en un auténtico rebelde. Y eso le lleva a un destino inevitable, del tipo que corresponde a esa clase de marginales.

Como ya lo adelantaba, no se trata de una película que hable del presente, no para mi gusto. De todas formas es un futuro que pudo “haber sido” de continuar las condiciones imperantes en el ámbito estatal hasta finales de los 70. Pudiese ser que relate de manera eficaz la realidad del Uruguay de los 60, ese que aparece retratado en novelas como “La Tregua” de Benedetti o “Un pequeño Café” de Marco Denevi. Del Uruguay de esos años, se decía que era “toda una enorme oficina”, a tal extremo lo había consumido la burocracia. Prácticamente todos en Montevideo trabajaban para el Estado, en alguna de las infinitas reparticiones públicas que le componían. Estamos hablando de una época en que no existían computadoras, lo que significa que no era posible acumular información en formato electrónico hasta un limite casi infinito, como es la situación actual. Tampoco existía la capacidad de procesamiento electrónico rápido. En definitiva, la solución fue convertir al estado en una “máquina de procesar” donde cada elemento hacía tareas únicas y diferenciadas. Una especie de “Fordismo” aplicado a las organizaciones. La película “Brazil” muestra una realidad burocrática llevada al extremo. Salvo que hay un nivel de desarrollo tecnológico un poco mayor. Básicamente se mantienen las mismas soluciones tecnológicas de los 60: las computadoras son máquinas de escribir, las pantallas son las utilizadas en los antiguos “microfilm” (aún se pueden ver algunos en el poder judicial chileno), los automóviles del empleado promedio son “huevitos”, el papel y el archivador son los elementos fundamentales, el correo es “neumático”, etc etc. La película está llena de pequeños detalles tecnológicos semejantes.

En Brazil todos trabajan para el estado y el que no lo hace se muere de hambre o se hace rebelde, lo que significa que empezarán a buscarte. De esta forma, el estado se ha metido en todo, lo que hace de esta película un buen ejemplo de obra “Antiutópica” como Fahrenheit 451, 1984, Matrix o Un mundo feliz. En todas ellas se imagina un mundo, en los que un cierto “sistema”, totalmente lejos del control de los ciudadanos, rige y ordena el mundo. El apelativo “anti” viene del hecho que, para el espectador, dichas invenciones son poco deseables. Se plantean moralmente como advertencias, respecto de elementos especialmente totalizadores dentro de la sociedad presente. Por ejemplo, 1984 las emprende contra la televisión y Un mundo feliz, contra las drogas “socialmente establecidas”. Para el caso de Brazil, es absurdo pensar que ese mundo pudiese existir alguna vez: ya estamos demasiado acostumbrados a no ser funcionarios de maquinarias estatales y a un cierto tipo de paradójica “libertad” dado por la instantaneidad del mail, del celular y las noticias al instante. A una sociedad como la nuestra le acecha mucho más un futuro como el mostrado por Matrix, y eso la hace más inquietante que Brazil.

De todas formas, Brazil es una película compleja y llena de metáforas, por el hecho de hablarnos, además, de la evasión. La forma en que el personaje escapa a la totalización y al sistema, es mediante sueños. Sueños que pronto van mezclándose con la realidad, a medida que el avance de los hechos convierte al protagonista en un marginal. El formato de esos sueños contiene muchos de los paradigmas del héroe: la heroína pura y bella, el rapto de la heroína, el horrible monstruo muchísimo más grande que el héroe (resabios del David contra Golliat), la gran batalla del héroe contra el monstruo, el triunfo final gracias a la osadía y la astucia. Pero el protagonista no es un héroe épico. Es un héroe tragicómico y es posible establecer paralelos indudables con otro de los grandes héroes tragicómicos de todos los tiempos: el mismísimo Quijote. Para muestra un botón: la delicada dama de los ensueños del protagonista es, en la realidad, una mujer ruda y vulgar, una auténtica Aldonza Lorenzo de la era burocrática.

A mi gusto Brazil es una película totalmente superada en términos políticos, sin embargo, su estética, su descripción fidedigna de una época, su forma de abordar el eterno tema del héroe, sus guiños al Quijote, su guión establecido 100% sobre la ironía, la convierten en un clásico.