martes, 3 de noviembre de 2009

Los horarios en las obras civiles

No pretendo hacer una mirada política, al menos no en términos de conceptos de izquierda. Más bien intentaré describir algunas situaciones que se dan con alguna regularidad en las obras de construcción. Son problemas repetitivos y que ocurren por una cierta cultura del aprovechamiento y que hace más difíciles las labores en las obras civiles.

Para entrar en materia puedo señalar, en primer lugar (no en importancia sino según me lo señala la memoria): los horarios. Lo usual es que cuando parte una obra el horario que se establece es de 8:00 a 18:00 horas. Es decir, 10 horas de estadía en la construcción. Una jornada extensa de todas formas, porque implica 9 horas de trabajo efectivo si es que descontamos la hora de almuerzo. Por supuesto, el máximo de productividad se alcanza cerca de las 8 horas diarias de trabajo. Lo demás ya es trabajo menos productivo. Según la literatura especializada del tema, si se trabajan solo 5 días a la semana, el 100% de productividad se alcanza a las 8 horas de trabajo. Por lo tanto, lo ideal para evitar pérdidas (una variable que preocupa o que al menos debería preocupar al ingeniero) es salir a las 5 de la tarde.

Pero lamentablemente el horario de 8:00 a 18:00 solo ocurre al principio de las obras. Con pasmosa regularidad las obras presentan atrasos, de tal forma que las estadías de 10 horas en la obra ya no son suficientes y se requieren jornadas más largas que usualmente (dependiendo de los permisos que otorgue el municipio) se extienden hasta las 20:00 horas o hasta las 24:00 horas incluso en los turnos de noche. Las extensiones horarias hasta las 24:00 horas en general implican modificaciones de contrato, por lo tanto hay ingresos extra para todos. Pero cuando la extensión es solo hasta las 20:00 horas ocurre una especie de efecto de “meter la puntita” (si se me permite la expresión de terreno) de tal forma que el mandante (el dueño de los planos, de los terrenos y el dueño de la obra en el fondo) empieza a exigir esta extensión horaria como algo natural. Se presiona al contratista haciéndole creer que “no quedarse” es una suerte de cobardía y/o “mamonería”. Lo que el mandante no asume (haciéndose el tonto) es que su contratista ofreció solo 10 horas, por lo tanto hacerle trabajar 12 es robarle dos horas. El contratista podría negarse, pero no lo hace porque sabe qué ocurre si lo hace: le cobran una multa millonaria que se establece en el contrato y si la cosa se pone más drástica, el mandante cobra la boleta en garantía que el contratista ha dejado en el banco. Una boleta que usualmente puede llegar a ser dos veces el precio del contrato. El contratista está, en alguna medida, secuestrado en la obra.

Lo anterior es la descripción un tanto abstracta de la situación, pero pongamos nombres propios. El contratista es una constructora, como lo son Echeverría Izquierdo, Belfi, ICAFAL, BESALCO, Simonetti, etc etc. Pero la constructora no realiza, en ningún caso todo el trabajo. Subcontrata montones de actividades a otras constructoras más pequeñas y con dueños de menos poder económico y, por lo tanto, de menos influencia y pelaje. Es el desgrane del choclo. De esta forma, cuando el mandante presiona a la constructora principal, ésta presiona a los subcontratos y éstos a su vez presionan a sus trabajadores, los que como casi siempre terminan por ser los más perjudicados.

¿Y quien es el famoso mandante? Es la inmobiliaria. Es la que posee lo planos (por lo tanto tiene de su lado a los arquitectos, por lo general, mucho más poderosos que los ingenieros dentro de una obra), es la que posee los terrenos, los permisos y el financiamiento principal. Este último detalle es clave. El financiamiento proviene de los principales socios de toda inmobiliaria: los bancos. Absurdamente, cuando el contratista (o alguno de los subcontratistas) se halla en problemas debe recurrir a los banqueros para obtener financiamiento adicional. ¿Qué pasa entonces?, lo dejaremos para otra crónica.

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