jueves, 14 de octubre de 2010

Testigos privilegiados

Uno es un testigo privilegiado de si mismo. Uno es un testigo privilegiado de su propia época. Puede decir montones de cosas y explicar montones de realidades que le ocurren en el día a día. Eso claramente tiene cosas buenas y útiles, pero hay que estar atento. El que no está atento no puede opinar de la época que le ha tocado. De esta forma la obligación del “hombre informado” es justamente esa: estar atento y “al tanto” de los hechos que ocurran en el mundo.

Un taxista me decía que yo no tenía ningún derecho a opinar sobre el periodo de Allende porque no lo había vivido. Bueno, ese es un argumento un poco falaz, porque desde esa perspectiva no tendría derecho a opinar sobre lo ocurrido durante el imperio romano, ni sobre la edad media, ni sobre las salitreras, porque yo no viví nada de eso y, en rigor, no podría opinar ni siquiera sobre mi propia época porque nadie garantiza que me informe de las reales condiciones de la sociedad actual. Ni de Irak ni de Afganistán, ni de nada.

De todas formas, hay una manera, quizá imperfecta, de mantenerse en el conocimiento del día: leyendo el diario. Y de los diarios hay registros abundantes. Por lo tanto, si me leo los diarios del periodo de Allende bastaría y sobraría para entender lo ocurrido en tan polémico periodo. Sin embargo, es menester espíritu crítico. Es menester un abanico ideológico de lecturas. Por supuesto, algunos historiadores ya han hecho ese proceso por nosotros. Dígaselo a su taxista.

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