martes, 26 de octubre de 2010

Seguimos siendo los de siempre

Al final de cuentas, después de tanto invento electrónico japonés, seguimos siendo los mismos de siempre. El invento electrónico japonés solo intenta hacernos escapar de nuestra realidad de siempre. Lo mismo que hacía antiguamente la droga, con la diferencia que antaño no se consumía droga con tanta habitualidad sino más bien en la ritualidad. Una ritualidad que ocurría con habitualidad, bueno es decirlo.

Nos gusta el escapismo, tal vez más que antes. Pero veamos, el humano actual se lo pasa cuatro o más horas frente a la tele, el resto del tiempo se conecta a la radio o se conecta a la internet. Todos ellos no son mas que estimulaciones de diverso tipo, ¿qué tenía de malo la tele en colores que te ofrecían los hongos o la estimulación casi inocente de la hoja de coca o la anestesia cognitiva del opio?

No hemos mejorado, la electrónica nos ha hecho consumidores solitarios. Hemos perdido a los amigos. Seguimos siendo los de siempre, pero sin amigos. Esto es una intriga que se fraguó en las abadías medievales. A Nostradamus le deben haber contado antes que a nadie.

viernes, 22 de octubre de 2010

Los nacimientos bajo el agua

Hay, o hubo, una moda particular respecto de los nacimientos en el agua. Se supone que son buenos: los niños nacidos con este sistema serían mejores personas, porque han venido al mundo de una forma “no traumática”. Eso es una tendencia de nuestra época, la de evitar que los niños vivan experiencias traumáticas para “que no sufran”. Se supone que la existencia de traumas los hace peores personas. Sin embargo, tenemos el ejemplo de las alergias. El aumento de las alergias, está probado, tiene su origen en que los niños ya no juegan (no tienen la oportunidad) con tierra, ni comen bichos ni están en un contacto mínimo con la natura. Entonces, ¿qué tal si los partos en el agua terminan produciendo seres menos adaptados a la sobrevivencia? ¿Qué tal si el trauma del nacimiento es absolutamente necesario para producir un ser íntegro?. Ya se sabe, la naturaleza no deja nada al azar. Si el nacer de golpe, se sopetón, con trauma incluido, fuera dañino para nuestra existencia ¿no creen que la naturaleza lo habría eliminado? Muchas especies poseen este nacimiento. Los peces, obviamente que no. ¿Existirán estudios y/o seguimientos a los niños que han nacido bajo el agua? Una vez escuché a un gringo decir que los niños nacidos en el agua eran “todos unos drogadictos”. Con eso queda la sospecha.

jueves, 14 de octubre de 2010

Testigos privilegiados

Uno es un testigo privilegiado de si mismo. Uno es un testigo privilegiado de su propia época. Puede decir montones de cosas y explicar montones de realidades que le ocurren en el día a día. Eso claramente tiene cosas buenas y útiles, pero hay que estar atento. El que no está atento no puede opinar de la época que le ha tocado. De esta forma la obligación del “hombre informado” es justamente esa: estar atento y “al tanto” de los hechos que ocurran en el mundo.

Un taxista me decía que yo no tenía ningún derecho a opinar sobre el periodo de Allende porque no lo había vivido. Bueno, ese es un argumento un poco falaz, porque desde esa perspectiva no tendría derecho a opinar sobre lo ocurrido durante el imperio romano, ni sobre la edad media, ni sobre las salitreras, porque yo no viví nada de eso y, en rigor, no podría opinar ni siquiera sobre mi propia época porque nadie garantiza que me informe de las reales condiciones de la sociedad actual. Ni de Irak ni de Afganistán, ni de nada.

De todas formas, hay una manera, quizá imperfecta, de mantenerse en el conocimiento del día: leyendo el diario. Y de los diarios hay registros abundantes. Por lo tanto, si me leo los diarios del periodo de Allende bastaría y sobraría para entender lo ocurrido en tan polémico periodo. Sin embargo, es menester espíritu crítico. Es menester un abanico ideológico de lecturas. Por supuesto, algunos historiadores ya han hecho ese proceso por nosotros. Dígaselo a su taxista.

martes, 12 de octubre de 2010

El dinero y la ciudad

Es claro que lo único importante en la ciudad es el dinero. Podríamos decir que las ciudades son solo sitios de intercambio. Una ciudad grande, como Santiago está pensada como un megacentro de intercambios. Es el centro de los intercambios de un país completo, con el mundo y entre si. Las ciudades por lo tanto, poseen validez cuando existe dinero. No se puede andar por la ciudad sin tener dinero y su ausencia ahuyenta también a los habitantes. La gente, cada vez más escasa, que vive en zonas rurales dice que para ir a la ciudad “hay que andar con la moneda”. Por eso se cuidan mucho de ir a la ciudad. La gente en la ruralidad puede sobrevivir perfectamente sin dinero. Recuerdo una visita que hice a Pichasca. La gente decía que para ellos conseguir “una luca” era una cosa prácticamente imposible. Tenían cabras. Comían cabras, se vestían con cuero de cabra, tomaban leche de cabra, hacían queso de cabra y a veces cambiaban algunas de esas cosas por trago o harina para hacer pan. La rutina era salir en las mañanas a pasear las cabras, por los cerros, en terrenos eternos y baldíos. Las cabras sabían muy bien sobrevivir de cualquier ramita que surgía. Algo de agua había. Surgía de manantiales. Hacia allá iban los cabreros.

Acá en la ciudad suele ser lo mismo. Hay manantiales cada tanto, lugares donde aflora otra clase de agua, una muy especial: es el dinero. Cuando fluye dinero de algún lugar de la ciudad, los habitantes se acercan. Van por trabajo o a vender productos. Es lo que ocurre por ejemplo, en las obras de construcción, los que pueden interpretarse como manantiales de dinero: una empresa inmobiliaria desea construir un enorme proyecto de oficinas (30 pisos en un barrio lujoso) y, por supuesto, para lograr el deseo debe llevar fuertes sumas al lugar para lograr que lo constructores hagan su trabajo. Y eso atrae a una cantidad importante de personas, que buscan dinero: comida, DVD’s piratas, mermeladitas caseras, etc. Es curioso que esos manantiales de dinero vengan y hayan sido planificados por otras personas, las que poseen el dinero. Las consecuencias son infinitas.

viernes, 8 de octubre de 2010

La pena de muerte y "el secreto de sus ojos"

LA pena de muerte siempre divide a las audiencias, sobre todo cuando ocurren hechos de sangre. El resto del tiempo, ni pío. Por eso el tema se reflota con los casos de psicópatas que violan y matan niños, por ejemplo. Los de derecha proponen lo de siempre: debe volver la pena de muerte. Los de izquierda dicen lo de siempre: la pena de muerte está abolida y está bien que lo esté porque aplicarla es inhumana.

Pero nadie, o casi nadie, al menos a nivel periodístico, piensa en lo relevante: el castigo. Y la pregunta es, ¿qué es mejor castigo, matar a un sujeto o tenerlo encerrado por toda la eternidad?. Es claro que si el sujeto muere de un balazo o una inyección letal, el sufrimiento se reducirá solo a las pocas horas anteriores a la muerte. Como parte de ese sufrimiento se produce el clásico proceso de espera de los condenados a muerte y que ha sido retratado millón de veces por películas, libros, etc. Me detengo en un cuento relativamente esclarecedor: el Muro del socito Jean Paul (Sartre).

Por otro lado, el condenado a cadena perpetua vive una condena que a mi, en lo personal, me parece mucho peor: permanecer encerrado y privado de libertad por todo lo que queda de vida, con todo lo que ello conlleva. Morir de inmediato acorta el castigo ante la perspectiva del encierro.

La distribución de los opinantes es muy sintomática en este caso: los de derecha casi siempre apoyan la pena de muerte y los de izquierda casi nunca. ¿Por qué se da este fenómeno?. Yo creo que la explicación se halla en el concepto de infierno. Al derechista la pena de muerte le parece un castigo mucho peor, porque en el fondo de su mente desea que el condenado sufra de inmediato el infierno del más allá. La izquierda, en cambio, hace rato que ha dejado de creer en la existencia del infierno, por lo que la muerte le sabe a escapatoria. El izquierdista “humano” quiere ver al criminal castigado acá.

Un caso extremo de un hombre que no cree en la pena de muerte y que quiere ver el castigo ejecutado acá en la tierra es el que muestra la película “El secreto de sus ojos”. Lleva al imaginario una opción de justicia por las propias manos. Por supuesto, esa clase de justicia es mucho más complicada y cara de ejecutar. El que se quiere satisfacer de un agresor mediante la pena de muerte, sin duda la tiene mucho más fácil.

viernes, 1 de octubre de 2010

Genghis Khan

Qué hace a un hombre desear la conquista del mundo? ¿Qué hace que un hombre con un deseo como ese tenga éxito en la misión? Deben tenerse en cuenta algunos factores históricos respecto del personaje en cuestión. Uno: se trata de hombres de la edad del hierro. Con suficientes recursos para alimentar un ejercito numeroso. Y con un líder que no es cuestionado en sus decisiones, porque va camino a la divinización.

No es el único aspecto al que echar ojo. Debemos considerar, como cosa importante, que el sujeto tenía una gran suerte que lo acompañaba durante su vida. Además era bastante temerario. Y esa es suerte. Salir bien parado cuando se es temerario no lo logra cualquiera.

La historia de genghis, además, da algunas pautas a la vida de cualquier hombre de hoy: plantearse un objetivo y llegar a cumplirlo. Es parte de la promesa el cumplimiento del objetivo. Lo que se nota en estos sujetos actuales es una incapacidad total para cumplir lo que se promete. El chileno es muy bueno para comprometerse y eso es pésimo. ¿Acaso los que hacen eso son menos hombres? Estoy seguro que si.

Ver la perspectiva completa de la vida de Genghis, con su casi meteórica carrera de éxitos le hace a uno creer en la vida. Uno llega a pensar que puede, modestamente, y con los tiempos que corren, seguir esa sucesión de éxitos y sacar adelante el clan, engrandeciéndolo con el ejército más grande que se halla visto.